
Ahora ya somos mayores (mi madre y yo), pero ella insiste con el mismo mensaje, aunque lo envuelva en diferentes formatos. Siempre me río de ella al ver como reacciona cuando llama a la puerta alguien que no le interesa o que simplemente desconoce, ya que, o bien pasa olímpicamente o, si no hay escapatoria, se hace pasar por la de la limpieza, que por supuesto no está autorizada a nada si no están los dueños en casa. Esta mañana sonó el timbre del telefonillo y a través de la cámara vi a una chica con una carpeta y cara de querer venderme la Enciclopedia británica por tomos, así que, siguiendo los sabios consejos de una madre ("no le abras a nadie"), decidí pasar de descolgar el auricular y de pulsar el botón azul de apertura. Y ahora que vuelvo a casa y me encuentro de frente con la mirada Mafalda no puedo dejar de preguntarme: ¿Y si era la felicidad?
1 comentario:
Supongo que no era la felicidad, pero todas las madres responden al mismo patrón. La mía, incluso, se hace la longuis pero pega el ojo a la mirilla por si acaso...
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